A ese viejo y destartalado cenicero,
con sus arrugadas colillas y su polvorienta ceniza,
lo encontré en el trastero casi repleto,
quizás de hermosos sueños rotos o un
sin fín de ideales incompletos.
A él, que cigarro tras cigarro le asfixiaba,
quisiera preguntarle qué le ha dicho?
Qué fue de aquellas largas noches
que pasaron juntos entre humo y capricho?
A él siento ganas de abrazarlo,
quizás porque aún percibo en él su aliento,
o porque tengo la esperanza de volver a verlo.
A él le cuidaré como un recuerdo fiel,
porque él conoció su esencia y su ser,
de diferente modo que yo en nuestro ayer,
o tal vez mejor que yo, que fuí su mujer!
No sé cómo soy…
No soy tan dócil como la hiedra,...
0 comentarios